A mediados del presente siglo, se pensaba que los genes serían de naturaleza proteica. Pero los experimentos de Oswald Avery demostraron que el portador de la herencia es el ADN.
La historia se remonta a 1928, cuando un Fred Griffith estudiaba la bacteria causante de la neumonía, Diplococcus pneumoniae. Griffith encontró dos cepas de esta bacteria, la cepa S, virulenta, y la R, no virulenta, que no infecta a los animales a los que se le inyecta. Ambas mueren al calentarlas. Cuando Griffith inoculó ratones con una mezcla de bacterias S muertas por calor y bacterias R vivas, los animales morían de neumonía. Las bacterias aisladas de los animales enfermos eran de la cepa S, y si se las cultivaba en el laboratorio, continuaban mostrando los rasgos de esa cepa. Se había producido un cambio estable hereditario. Algún componente de las células S muertas había pasado a las células R.
Avery y sus colaboradores se propusieron encontrar cuál era ese componente que transmitía un carácter heredable. Avery, McLeot y Mc Carty publicaron el resultado de sus investigaciones; descubrieron que la materia que podía pasar de unas células a otras transformando sus caracteres era una sustancia fibrosa, y se esforzaron en su análisis; desechando sucesivamente los glúcidos, lípidos y proteínas, pues en su ausencia se seguía observando la transmisión de caracteres de unas células a otras, y el ADN resultaba imprescindible.
Watson y Crick fueron de los científicos a quienes los experimentos de Avery habían convencido y se lanzaron a estudiar la estructura de la molécula de ADN, mecanismo que garantizará la transmisión de caracteres.
VIOLETA PITARCH MARÍN. 2BC
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