La preferencia por los alimentos dulces suele
encoger con la edad, pero obviamente, no siempre ocurre así. De hecho, ya se
sabe que los sistemas de recompensa en el cerebro no funcionan igual en las
personas obesas que en las delgadas, lo que podría explicar que la pérdida de
apetito por los comestibles ricos en azúcar no sea tan atribuida en los
personas con un índice
de masa corporal elevado y continúen, al hacerse mayores, pirrándose
por los dulces. Sin embargo, podría haber una forma de invalidar este afán por
los azúcares.
Científicos de la Universidad de Columbia en Nueva York (EEUU), han encontrado el interruptor cerebral que emite el anhelo por los dulce y, a la vez, provoca el rechazo por las despensas amargas. Específicamente, el estudio muestra que el sistema cerebral de procesamiento de los sabores, responsable de liberar los recuerdos y emociones que se emiten cuando se degusta un alimento, está formado por pequeños agregados de neuronas que pueden ser aislados, alterados o eliminados. Así, y en los que concierne al deseo por lo dulce y al rechazo por lo amargo, tan solo habría que manipular un conjunto de neuronas localizado en la amígdala para acabar, de una vez por todas, con este deseo.
En conclusión, la tesis identifica la zona determinada del cerebro (interruptor cerebral) que libera nuestro efecto de placer o de aversión cuando comemos un alimento. Un descubrimiento que propone que la amígdala podría ser una diana terapéutica muy prometedora para el proceso de los trastornos de la alimentación y la obesidad.
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