Un estudio realizado en la
Universidad de Duke (en Durham, Carolina del Norte, EE.UU.), confirma que el ejercicio y una dieta baja en grasas y rica en fruta y verdura resulta muy beneficiosa para que, las personas de edad avanzada que han superado un
cáncer, mejoren su capacidad física y eviten la pérdida de autonomía.
Normalmente, los pacientes mayores que han superado un cáncer tienden a perder su funcionalidad (y, por tanto, su autonomía) de una manera acelerada. Y aunque la mayoría de estos pacientes no fumen, su dieta suele ser rica en grasas y su actividad física casi inexistente.
Además, entre el 39 y el 47% (menos de la mitad) de los pacientes que han superado un cáncer conoce las recomendaciones en cuanto a actividad física, un 19% conoce las referidas a la alimentación, y sólo el 5% conoce las recomendaciones generales.
Para romper esas estadísticas, los autores del estudio afirman que sería productivo intervenir en la vida de esas personas con programas que les ayuden a comer mejor y a hacer ejercicio.
Para comprobarlo, se puso en marcha uno de esos programas, consistente en que, a través de llamadas telefónicas y correo ordinario, 319 personas recibieron recomendaciones personalizadas sobre dieta y ejercicio, además de diversos accesorios para hacer ejercicio. El resto de participantes del estudio, 322 personas, no recibieron ningún mensaje, ya que formaban parte del grupo de control.
Todos los participantes del estudio eran mayores de 65 años, con sobrepeso, y con al menos 5 años de supervivencia después de un cáncer de
mama, de
próstata o de
colon, y que además no tuvieran ningún tipo de problema físico que les incapacitara para hacer ejercicio sin supervisión.
Lo que se recomendaba era 15 minutos de ejercicio de fuerza, 30 de resistencia, y una consumición mínima de 7 o 9 raciones, para una mujer y para un hombre, respectivamente, de fruta y verdura al día, además de restringir las grasas saturadas a menos del 10% de la energía ingerida.
Los resultados fueron que la capacidad física del grupo estaba menos afectada, y la funcionalidad de sus piernas, un hecho básico para mantener la autonomía, se encontraba mejor que el otro grupo.
También se incrementó notablemente el tiempo invertido en ejercicio, así como el consumo medio de fruta y verdura, que aumentó una media de 1.24 raciones diarias en el grupo intervenido, mientras que en el de control solo aumentó en 0.13 raciones más.
Además, la ingesta de grasas saturadas también se redujo en un mayor porcentaje en la dieta del grupo intervenido, hecho que este grupo perdiera el doble de peso que el grupo de control.
La conclusión final fue que, después de un año promoviendo una dieta saludable y ejercicio, los participantes aumentaron notablemente su actividad física, mejoraron su dieta diaria, y, en consecuencia, su calidad de vida.
Por esa razón se considera viable invertir en programas de este tipo, para que la gente tome conciencia de lo importante que es una dieta sana y el ejercicio diario.
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