dijous, 26 de febrer del 2009

El sistema nervioso y percepción de emociones

Aunque hace mucho tiempo que aceptamos la idea de que el cerebro (y no el corazón) es el órgano de nuestras emociones, la realidad es que el progreso en la comprensión de las bases neurales de nuestra vida emocional está en su infancia.

Descubrir qué pasa en el sistema nervioso cuando experimentamos alegría, tristeza, furia o amor no es tarea fácil, lo cual se debe en parte a lo subjetivo de esta clase de sensaciones. Sin embargo, el uso de técnicas de visualización que nos permiten observar el funcionamiento del cerebro de manera directa comienza a darnos la esperanza de que algún día tendremos una respuesta satisfactoria para aquella pregunta.
En términos generales, el estudio de las bases neurales de las emociones puede abordarse desde al menos dos puntos de vista complementarios. Por un lado, averiguar qué partes del cerebro desencadenan nuestras reacciones emocionales. Por el otro, percibir qué regiones del sistema nervioso se activan mientras estamos sintiéndolas.

El primer punto de vista tiene una historia muy larga y se ha basado principalmente en el estudio de animales (e incluso de humanos) con diversas lesiones cerebrales y el efecto que éstas tienen sobre la manifestación de las emociones. En primer lugar, el descubrimiento de que la amígdala, una estructura localizada en la parte inferior y lateral del cerebro, es importante para la expresión del miedo; monos sin amígdala dejan de mostrar el terror que normalmente sienten al ver una serpiente, mientras que gatos en los que la amígdala se estimula eléctricamente se comportan como si estuviesen acorralados, mostrándose agresivos y tratando de defenderse contra un enemigo invisible.

En segundo lugar, el descubrimiento de que la destrucción del lóbulo frontal, la región de nuestro cerebro más cercana a la frente, se acompaña de un aplanamiento generalizado de la vida afectiva. Individuos con lesiones en esta parte del sistema nervioso muestran una reducción muy marcada en su capacidad de mostrar sus emociones.

Por su parte, el estudio de las regiones del cerebro que se activan mientras experimentamos alguna emoción no ha obtenido resultados tan claros hasta ahora y es aquí donde las técnicas de visualización tienen una gran utilidad.
El estudio de Antonio Damasio y sus colaboradores se basa en el uso de una de estas técnicas conocida como tomografía por emisión de positrones (TEP), la cual se basa en medir el aumento en el consumo de oxígeno que se observa tras la activación de cualquier región cerebral. Así, lo que estos investigadores hicieron fue pedir a una serie de voluntarios que recordaran eventos personales con una carga emocional muy profunda (ya fuese alegría, tristeza, miedo o rabia) para después observar qué regiones cerebrales aumentaban su consumo de oxígeno mientras los individuos volvían a experimentar sus emociones originales. Lo que observaron fue que cada emoción activaba una gran cantidad de estructuras cerebrales, lo cual nos indica inmediatamente que no existe un área cerebral de la felicidad o de la tristeza.

Más bien, si comparásemos al cerebro con un tablero luminoso, experimentar cualquier emoción se traduciría en la iluminación de un patrón de luces específico para cada una. Aunque algunas de las luces (es decir, de las regiones cerebrales) se encienden igualmente al experimentar diversas emociones, existen otras que no lo hacen y muy posiblemente son esas diferencias las que dictan que nuestra percepción de cada emoción sea diferente. Al mismo tiempo, Damasio y sus colegas encontraron que algunas de las estructuras nerviosas activadas en sus experimentos correspondían a regiones como el hipotálamo, el cual se encarga de regular el equilibrio interno u homeostasis del organismo. Esta observación nos habla de un diálogo continuo entre aspectos en apariencia tan elevados de la función cerebral como las emociones y funciones mucho más elementales de nuestro organismo.

El trabajo de Damasio y su grupo nos dice que es posible obtener un mapa cerebral de nuestras emociones. Es de esperar que, conforme mejore la resolución de las técnicas de visualización, contaremos con una localización más precisa de nuestras emociones. Sin embargo, la pregunta que estos estudios no responden (y que para muchos pensadores no tiene respuesta) tiene que ver con la naturaleza subjetiva de nuestras emociones. Todos sabemos lo que se siente al estar feliz o triste pero no podemos saber si lo que yo siento como felicidad es exactamente igual a lo que cualquier otra persona siente como tal.


Esta naturaleza subjetiva de nuestras percepciones es lo que se conoce como qualia y su estudio constituye, por ahora, la frontera entre la biología y la filosofía.