La ciencia siempre trata de poner a los seres humanos en su lugar, recordándonos como de pequeños y efímeros somos en relación al cosmos, o bien describiéndonos como poca cosa más que la maquinaria necesaria para sustentar la vida de un montón de genes que tienen sus propias necesidades egoístas. Pues aquí tenemos otra idea humillante: la mayoría de nuestras células ni siquiera son humanas.
Si contáramos todas las células de nuestro cuerpo, veríamos que la gran mayoría de ellas –en una proporción de diez a una- son microbios. Están por todas partes: en los globos oculares, en la boca, la nariz y las orejas, y por toda la piel. Comprenden criaturas microscópicas que, ampliadas, tienen el aspecto de los monstruos de una película de terror. Esos organismos no humanos son particularmente abundantes en nuestras tripas; en el intestino humano hay más de cien billones de microorganismos.
“En realidad somos un combinado de especies. Tenemos células humanas, pero hay diez veces más células microbianas”, asegura Jeffrey Gordon, investigador de la Universidad Washington en St. Louis que estudia las comunidades microbianas intestinales.
Este hecho plantea una interesante pregunta, según Gordon, acerca de lo que significa ser “humano”. Ciertamente las moléculas de agua de nuestro organismo no son, en sí mismas, humanas. Uno puede aducir que nuestro ADN es humano, pero eso nos lleva a otro terreno humillante, ya que compartimos muchos genes con otros animales. Y si tenemos en cuenta a los microbios, vemos que la mayoría de la información genética, tanto la que contiene nuestro cuerpo como la que lo rodea, no es humana.
Por extraño que parezca, no conocemos la identidad de la mayoría de esos microbios, ni hemos aprendido a cultivarlos. En cambio, los científicos “crían” fragmentos de ADN, y han llegado a la conclusión de que cada uno de nosotros hospeda entre 500 y 1.000 especies de microbios, y unas 8.000 subespecies. Según David Relman, de la Universidad Stanford, la cifra varía tanto de una persona a otra, que puede servir como una especie de huella dactilar de un individuo.
Lo que está claro es que los microbios no son un hatajo de invasores. Antes bien, hemos coevolucionado con ellos. El cuerpo humano es como un ecosistema complejo: casi una biosfera. Cada especie persigue su objetivo, pero todas trabajan colectivamente para la misma causa común. Los microbios de los intestinos desempeñan algunas funciones indispensables: nos ayudan a digerir los alimentos, producen vitaminas y previenen la enfermedad. Se trata, como puntualiza Gordon, de una “alianza estratégica”, una simbiosis entre mamíferos y microbios que se remonta millones de años.
“¿Podemos pues optimizar el rendimiento de nuestra sociedad microbiana? ¿Aprender de los microbios?”, se pregunta Gordon. ¿Qué pasaría si descubriéramos que toda nuestra evolución es, esencialmente, un efecto colateral de las exigencias de los microbios de nuestras tripas? Tal vez esos organismos necesitaban modificar a sus huéspedes para ser más eficaces a la hora de hallar ciertas clases de alimento. De ser así, ya es hora de que vuelvan las tornas. De ahora en adelante, ¡que trabajen ellos para nosotros!
Si contáramos todas las células de nuestro cuerpo, veríamos que la gran mayoría de ellas –en una proporción de diez a una- son microbios. Están por todas partes: en los globos oculares, en la boca, la nariz y las orejas, y por toda la piel. Comprenden criaturas microscópicas que, ampliadas, tienen el aspecto de los monstruos de una película de terror. Esos organismos no humanos son particularmente abundantes en nuestras tripas; en el intestino humano hay más de cien billones de microorganismos.
“En realidad somos un combinado de especies. Tenemos células humanas, pero hay diez veces más células microbianas”, asegura Jeffrey Gordon, investigador de la Universidad Washington en St. Louis que estudia las comunidades microbianas intestinales.
Este hecho plantea una interesante pregunta, según Gordon, acerca de lo que significa ser “humano”. Ciertamente las moléculas de agua de nuestro organismo no son, en sí mismas, humanas. Uno puede aducir que nuestro ADN es humano, pero eso nos lleva a otro terreno humillante, ya que compartimos muchos genes con otros animales. Y si tenemos en cuenta a los microbios, vemos que la mayoría de la información genética, tanto la que contiene nuestro cuerpo como la que lo rodea, no es humana.
Por extraño que parezca, no conocemos la identidad de la mayoría de esos microbios, ni hemos aprendido a cultivarlos. En cambio, los científicos “crían” fragmentos de ADN, y han llegado a la conclusión de que cada uno de nosotros hospeda entre 500 y 1.000 especies de microbios, y unas 8.000 subespecies. Según David Relman, de la Universidad Stanford, la cifra varía tanto de una persona a otra, que puede servir como una especie de huella dactilar de un individuo.
Lo que está claro es que los microbios no son un hatajo de invasores. Antes bien, hemos coevolucionado con ellos. El cuerpo humano es como un ecosistema complejo: casi una biosfera. Cada especie persigue su objetivo, pero todas trabajan colectivamente para la misma causa común. Los microbios de los intestinos desempeñan algunas funciones indispensables: nos ayudan a digerir los alimentos, producen vitaminas y previenen la enfermedad. Se trata, como puntualiza Gordon, de una “alianza estratégica”, una simbiosis entre mamíferos y microbios que se remonta millones de años.
“¿Podemos pues optimizar el rendimiento de nuestra sociedad microbiana? ¿Aprender de los microbios?”, se pregunta Gordon. ¿Qué pasaría si descubriéramos que toda nuestra evolución es, esencialmente, un efecto colateral de las exigencias de los microbios de nuestras tripas? Tal vez esos organismos necesitaban modificar a sus huéspedes para ser más eficaces a la hora de hallar ciertas clases de alimento. De ser así, ya es hora de que vuelvan las tornas. De ahora en adelante, ¡que trabajen ellos para nosotros!
Artículo publicado en el National Geographic por Joel Achenbach.
Aquí dejo un vídeo que habla sobre los microbios que son buenos para la salud, utilizados en el campo de la medicina para combatir algunas enfermedades dañinas para el organismo.
1 comentari:
Millor posar l'enllaç a la notícia.
Per a l'autor li sembla humillant que tingam nosaltres gens que podem haver heretat dels baxteris. PEr a mi no ho és, simplement l'evolució i tal com diu de l'ecoevolució.
Per cert què és això de l'evolució?
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